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martes, 23 de agosto de 2016

Canto de un suicida marino

Canto de un suicida marino

Por eso los poetas no besan a sus musas;
porque las consecuencias duelen más a estar con vida,
porque es más placentero que escuchar la misma muerte aproximarse.
Es sentir la cuerda mientras besa con ternura la garganta,
y el peso del cuerpo que cuelga se convierte en pasos de despedida
deslizándose a un bote en dirección opuesta,
pasos sin nombre, buscadores del anti-tiempo y las memorias,
pasos que instan no desprenderse de sus labios nunca,
pasos quietos, nunca antes pronunciados,
pasos que viven en jaulas como espuma entre el mar y la arena

Por eso los poetas no besan a sus musas;
Porque cuando la diligente piel  muta en un péndulo,
exige no podrirse hasta cruzar sus manos,
¡Una vez más sentir sus manos en sus manos!
Porque las venas no revientan con la única esperanza
de volver a nacer con sus palabras mudas,
de volver  a arder con el umbral  de sus ojos
que se cierran mientras  la llaga  del silencio
se equipara a un metrónomo que cruza dos corazones;
musicalidad y silencio           
se hacen uno para aislar a la pareja
del calor  de la ciudad que sangra.

Por eso los poetas no besan a sus musas
porque el corazón se enferma,
se consume en imágenes vertebrales,
llega a la cima de esperanzas rotas
y como por olvido se deja caer
hasta tapizar de rojo el pavimento.

Por eso los poetas no besan a sus musas;
porque sentir el peso de sus ojos
significa arrancarse el ámbar,
despojarse del pincel y sus extremidades,
nunca más probar los vicios,
entregarse a la ausencia de las voces,
sentir hasta escurrir en sangre,
asesinar la niebla y arrastrarse en su esqueleto
con la voz de un hormiga que repite su nombre,
extirpar el corazón desastre,
la dulzura de un mensaje,
y la purificación de un muerto,
la madre, el sepulcro y sus bosques.

Por todo eso no debí besarte,
no debí jugar a estar con vida,
no debí engañar la muerte,
No debí buscar recinto entre
el suicidio y la espera del labor de las palas oxidadas.
Por todo eso no debí besarte, pero lo hice.
No debí porque yo no soy poeta, pero por ti podría intentar serlo.
Por eso me arranqué los ojos
para no mirar más el mar y no sin sentir
su cuerpo al penetrar en mis pulmones.
Por eso me arranqué los labios,
Para prohibirme intentar leerte este poema,
O peor aún, para intentar besarte.
Por eso me arranqué los tímpanos,
Para no escuchar mi voz romperse,
Para no postrarme ante la despedida.
Para  no escuchar lo que lastima, lo que hiere.
Por eso me arrancaré el pecho.
Por eso me arrancaré la poesía.
Cómo no intentar hacerla o vomitarla que es lo mismo,
Cómo no intentar hacer poesía, cómo, dime cómo.
Dime cómo no escribir si las olas avanzan
y con ellas la necesidad de inmortalizar un fragmento,
un pequeño ser marino desgraciado llevará mi alma
y en tus ojos habitará cuando yo ya esté
sumergido en la tensión de un alga.

Mi cuerpo es una enorme fosa
en donde todos los contemporáneos arrojan desperdicios
Se apagan las esferas, comienza a escasear el agua,
Y la sal quema, arde, desintegra mis dedos tierrosos
cuando caigo dentro y no hallo nada.
La girándula desprende lluvia del esqueleto de las nubes.
Cae, azota mi espalda, busca una salida.
Recorre ductos adornados por la peste de un recuerdo
hasta hallar el aspersor y después salta.
Se esconde en los silos del olvido,
Y se mezcla en los arrabales de tus pasos.
Una inmensa manecilla flota en los desperdicios del fangal.
Todo gira. La niebla se convierte en carencia,
Y los mismos arcoíris de la canícula
se doblan obligados por cenizas de una lágrima,
solo una lágrima.
Los poemas vuelven a ser grises,
Negros, opacos y sin rostro, atados por un vencejo,
Las palabras comienzas a escurrir  de las ataduras,
Las palabras se resisten a perder tu boca.
Se desprenden y en la arena está escrito tu nombre.

Por eso los poetas no besan sus musas,
Por eso solo se limitan a los cantos.
Evitan con su sangre a maldecirse eternamente.
Y hoy, -en un intento desesperado
a no perder mi voz en la censura de un trueno-
Te escribo, aunque yo ya esté maldito.
Escribo porque a pesar de imaginar tus labios alejarse,
de inventar sentencias de un adiós definitivo,
a pesar del sonido de la cuenta regresiva,
las sombras se han crucificado al pavimento,
Y no, aún no hemos podido separarnos.
Jamás diré adiós sin antes darte un beso.
Pasarán veleros con gritos de despedida,
y sangrarán nuestros oídos con tal de  que
tú y yo no podamos escucharlos,
caerán los cielos transformados en dilaciones;
una marcha de esqueletos rodeará la ausencia,
la estrangulará, la hará pedazos,
y aunque esté de pie mirando tu recuerdo,
estaré contigo,
y mis labios seguirán tu acantilado,
y mis palabras seguirán la arena,
y mis poemas seguirán la bioluminiscencia,
estaré en forma de badajo,
pero siempre viviré en tu cuerpo.

Pero qué hermosos son los chabacanos
cuando flotan en los mares y la espuma los cobija
hasta que el sol los pudre.
Pero qué hermosas son las gerberas
cuando en el oblongo muere un insecto,
y derrama su interior hasta impregnarse
en los colores de las hojas.
Pero qué hermoso es el final de una noche,
cuando un pequeño rayo penetra
por la habitación e irrumpe
en la eternidad de dos almas
nacidas hace unas cuantas horas,
y el mismo rayo se vomita en las ventanas
y termina con la vida al mostrar la escoria
que habita fuera del recinto.
Qué hermoso es un cadáver colgado
cuyo movimiento lento atrae
el aleteo de unas cuantas moscas
e en su rostro una sonrisa y el reflejo
de un sinfín de lágrimas de niebla
caídas desde el mismo infierno.
Pero qué hermoso es sentir que estamos juntos,
Cuando el tren avanza, la puerta  cierra
Y ya no puedo verte.
Cuando veo una foto  y miro
cualquier indicio de tu ausencia,
Cuando siento el mar en forma de una gota
Y la bioluminisencia de tus ojos aparece
Y asesina con pasión mi alma.
Cuando despierto y sudo por los sueños solitarios,
y el espejo humedecido por el vapor de tu presencia,
me recuerda que estás detrás de la cortina,
 que no estoy solo.
Cuando cada marinero me cuenta tu leyenda,
Sin saber, fui yo quien se encargó de contarla,
Cuando simplemente mojo mi cara,
y en mi frente siento la marea,
porque cada gota es navegar por tu cuerpo.
Cuando la lluvia se suicida contra el suelo
y el estridor de su muerte se convierte en tu voz
Repitiéndome cuanto dolor te envuelve,
entonces te abrazo con ternura,
como único testamento antes de mi despedida.

Pero qué hermoso es sentir tus manos en mis manos,
Y seguir hasta dejar nuestras cartas,
Y seguir hasta encontrar un gomero,
Y seguir hasta que estemos solos,
Hasta encontrar un beso tierno,
hasta que el peso de mis pies asfixia mi cuello,
hasta que ya no soy capaz de ver veleros alejarse,
hasta que ya no escucho el choque de las olas,
hasta que todo deja de estar mal en la rama del gomero,
Todo se ve mejor desde aquí…

Muertos estamos, con la única esperanza

de que vivos estuvimos juntos.

-Miguel V. González

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