Canto
de un suicida marino
Por eso los poetas no besan a sus musas;
porque las consecuencias duelen más a
estar con vida,
porque es más placentero que escuchar la
misma muerte aproximarse.
Es sentir la cuerda mientras besa con
ternura la garganta,
y el peso del cuerpo que cuelga se
convierte en pasos de despedida
deslizándose a un bote en dirección
opuesta,
pasos sin nombre, buscadores del
anti-tiempo y las memorias,
pasos que instan no desprenderse de sus
labios nunca,
pasos quietos, nunca antes pronunciados,
pasos que viven en jaulas como espuma
entre el mar y la arena
Por eso los poetas no besan a sus musas;
Porque cuando la diligente piel muta en un péndulo,
exige no podrirse hasta cruzar sus manos,
¡Una vez más sentir sus manos en sus
manos!
Porque las venas no revientan con la única
esperanza
de volver a nacer con sus palabras mudas,
de volver
a arder con el umbral de sus ojos
que se cierran mientras la llaga
del silencio
se equipara a un metrónomo que cruza dos
corazones;
musicalidad y
silencio
se hacen uno para
aislar a la pareja
del calor de la ciudad que sangra.
Por eso los poetas
no besan a sus musas
porque el corazón
se enferma,
se consume en
imágenes vertebrales,
llega a la cima de
esperanzas rotas
y como por olvido
se deja caer
hasta tapizar de
rojo el pavimento.
Por eso los poetas no besan a sus musas;
porque sentir el peso de sus ojos
significa arrancarse el ámbar,
despojarse del pincel y sus extremidades,
nunca más probar los vicios,
entregarse a la ausencia de las voces,
sentir hasta escurrir en sangre,
asesinar la niebla y arrastrarse en su
esqueleto
con la voz de un hormiga que repite su
nombre,
extirpar el corazón desastre,
la dulzura de un mensaje,
y la purificación de un muerto,
la madre, el sepulcro y sus bosques.
Por todo eso no debí besarte,
no debí jugar a estar con vida,
no debí engañar la muerte,
No debí buscar recinto entre
el suicidio y la espera del labor de las
palas oxidadas.
Por todo eso no debí besarte, pero lo
hice.
No debí porque yo no soy poeta, pero por ti
podría intentar serlo.
Por eso me arranqué los ojos
para no mirar más el mar y no sin sentir
su cuerpo al penetrar en mis pulmones.
Por eso me arranqué los labios,
Para prohibirme intentar leerte este
poema,
O peor aún, para intentar besarte.
Por eso me arranqué los tímpanos,
Para no escuchar mi voz romperse,
Para no postrarme ante la despedida.
Para
no escuchar lo que lastima, lo que hiere.
Por eso me arrancaré el pecho.
Por eso me arrancaré la poesía.
Cómo no intentar hacerla o vomitarla que
es lo mismo,
Cómo no intentar hacer poesía, cómo, dime
cómo.
Dime cómo no escribir si las olas avanzan
y con ellas la necesidad de inmortalizar
un fragmento,
un pequeño ser marino desgraciado llevará
mi alma
y en tus ojos habitará cuando yo ya esté
sumergido en la tensión de un alga.
Mi cuerpo es una enorme fosa
en donde todos los contemporáneos arrojan
desperdicios
Se apagan las esferas, comienza a escasear
el agua,
Y la sal quema, arde, desintegra mis dedos
tierrosos
cuando caigo dentro y no hallo nada.
La girándula desprende lluvia del
esqueleto de las nubes.
Cae, azota mi espalda, busca una salida.
Recorre ductos adornados por la peste de
un recuerdo
hasta hallar el aspersor y después salta.
Se esconde en los silos del olvido,
Y se mezcla en los arrabales de tus pasos.
Una inmensa manecilla flota en los
desperdicios del fangal.
Todo gira. La niebla se convierte en
carencia,
Y los mismos arcoíris de la canícula
se doblan obligados por cenizas de una
lágrima,
solo una lágrima.
Los poemas vuelven a ser grises,
Negros, opacos y sin rostro, atados por un
vencejo,
Las palabras comienzas a escurrir de las ataduras,
Las palabras se resisten a perder tu boca.
Se desprenden y en la arena está escrito
tu nombre.
Por eso los poetas no besan sus musas,
Por eso solo se limitan a los cantos.
Evitan con su sangre a maldecirse
eternamente.
Y hoy, -en un intento desesperado
a no perder mi voz en la censura de un
trueno-
Te escribo, aunque yo ya esté maldito.
Escribo porque a pesar de imaginar tus
labios alejarse,
de inventar sentencias de un adiós
definitivo,
a pesar del sonido de la cuenta regresiva,
las sombras se han crucificado al
pavimento,
Y no, aún no hemos podido separarnos.
Jamás diré adiós sin antes darte un beso.
Pasarán veleros con gritos de despedida,
y sangrarán nuestros oídos con tal de que
tú y yo no podamos escucharlos,
caerán los cielos transformados en
dilaciones;
una marcha de esqueletos rodeará la
ausencia,
la estrangulará, la hará pedazos,
y aunque esté de pie mirando tu recuerdo,
estaré contigo,
y mis labios seguirán tu acantilado,
y mis palabras seguirán la arena,
y mis poemas seguirán la bioluminiscencia,
estaré en forma de badajo,
pero siempre viviré en tu cuerpo.
Pero qué hermosos son los chabacanos
cuando flotan en los mares y la espuma los
cobija
hasta que el sol los pudre.
Pero qué hermosas son las gerberas
cuando en el oblongo muere un insecto,
y derrama su interior hasta impregnarse
en los colores de las hojas.
Pero qué hermoso es el final de una noche,
cuando un pequeño rayo penetra
por la habitación e irrumpe
en la eternidad de dos almas
nacidas hace unas cuantas horas,
y el mismo rayo se vomita en las ventanas
y termina con la vida al mostrar la
escoria
que habita fuera del recinto.
Qué hermoso es un cadáver colgado
cuyo movimiento lento atrae
el aleteo de unas cuantas moscas
e en su rostro una sonrisa y el reflejo
de un sinfín de lágrimas de niebla
caídas desde el mismo infierno.
Pero qué hermoso es sentir que estamos
juntos,
Cuando el tren avanza, la puerta cierra
Y ya no puedo verte.
Cuando veo una foto y miro
cualquier indicio de tu ausencia,
Cuando siento el mar en forma de una gota
Y la bioluminisencia de tus ojos aparece
Y asesina con pasión mi alma.
Cuando despierto y sudo por los sueños solitarios,
y el espejo humedecido por el vapor de tu
presencia,
me recuerda que estás detrás de la
cortina,
que
no estoy solo.
Cuando cada marinero me cuenta tu leyenda,
Sin saber, fui yo quien se encargó de
contarla,
Cuando simplemente mojo mi cara,
y en mi frente siento la marea,
porque cada gota es navegar por tu cuerpo.
Cuando la lluvia se suicida contra el
suelo
y el estridor de su muerte se convierte en
tu voz
Repitiéndome cuanto dolor te envuelve,
entonces te abrazo con ternura,
como único testamento antes de mi
despedida.
Pero qué hermoso es sentir tus manos en
mis manos,
Y seguir hasta dejar nuestras cartas,
Y seguir hasta encontrar un gomero,
Y seguir hasta que estemos solos,
Hasta encontrar un beso tierno,
hasta que el peso de mis pies asfixia mi
cuello,
hasta que ya no soy capaz de ver veleros
alejarse,
hasta que ya no escucho el choque de las
olas,
hasta que todo deja de estar mal en la
rama del gomero,
Todo se ve mejor desde aquí…
Muertos estamos, con la única esperanza
de que vivos estuvimos juntos.
-Miguel V. González
-Miguel V. González
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